sábado, 31 de diciembre de 2011

La fuga silenciosa (deseos para el 2012 que llega)

No descubro nada nuevo, pero me su lectura me ha conmovido. Sobre todo en el día de hoy, lleno de buenos deseos, de recuerdos que despiertan una sonrisa y de otros que nos arrancan alguna lágrima. Es día de reflexiones, de esperanza y de incertidumbre respecto a lo que nos espera al otro lado del 2011. Ni que decir tiene que el año que llega viene cargado de miedos y dudas, aunque los pensamientos positivos siempre tendrán algún lugar para sobrellevar lo que venga. Me pongo en plan dramática porque el artículo que quiero compartir, Las ilusiones perdidas de Concha Caballero (EL PAÍS), no es nada halagüeño y reivindica una realidad bastante triste en nuestro país y en nuestro entorno. Que levante la mano quien conozca a algún amigo, familiar, conocido, que se ha marchado al extranjero en busca de un horizonte más despejado. No hace falta mirar, seguro que muchas manos estarían levantadas, entre ellas la mía.

Tres son los compañeros de profesión y clases en la Facultad que ya viven en urbes inglesas. (Un besazo para mi Cris, Juanma y Chache). Se fueron en busca de un futuro mejor, por lo menos con algo más de dinero en sus bolsillos y la oportunidad de aprender un idioma muy necesario para las altas exigencias de muchos puestos de trabajo. Se fueron por la experiencia, por la falta de oportunidad de trabajar en lo que nos apasiona: el periodismo, o por las posibilidades de meternos en el mundillo pero de manera infravalorada, con prácticas eternas o simplemente curros por amor al arte. Esto son solo los casos que más me tocan la fibra sensible, pero no son, ni mucho menos, los únicos. Como bien dice el artículo, es una "fuga silenciosa", de jóvenes cualificados, 'hiperformados' y deprimidos ante la dificultad que aprieta en el mercado laboral español. No sabremos lo que estamos perdiendo hasta que sea demasiado tarde. No me he dispuesto a hacer planes ni para la semana siguiente, por eso, no descarto ser yo también la siguiente en hacer las maletas.

Así que como deseo de Año Nuevo, sólo espero que se sepa apreciar las mentes brillantes que aquí tenemos. Y si salimos, que sea por nuestro propio espiritu de Phileas Fogg.

PD: A pesar del tono, espero que tengáis una gran entrada de año 2012. Aunque se divisen nubarrones, siempre entran los rayos del sol. ¡FELIZ AÑO NUEVO!

No se van en trenes con maletas de cartón pero llevan sus bienes más preciados: un portátil, un móvil de última generación regalado por un familiar o conseguido a base de una lucha de puntos sin cuartel. Suelen tomar un vuelo de bajo coste, cazado pacientemente en las redes de Internet. Se van a hacer un máster, o han logrado una mal llamada beca Erasmus que costará a la familia la mitad de sus ahorros. Otras veces van a hacer de au-pair, de auxiliar de conversación, o a cualquier trabajo temporal. La familia va a despedirlos a la puerta de embarque y mientras se alejan disimularán unos su pena y otros su incipiente desamparo. "Es por poco tiempo -se dicen-. Dominarán el idioma, conocerán mundo... Regresarán en pocos meses".

Hasta hace poco era un privilegio de los nuevos tiempos que les permitía gozar de una libertad sin límites, de un mundo sin fronteras, de una capacidad casi infinita de aprendizaje... Hasta que llegó la crisis y la maleta pareció distinta, la espera en la fila de embarque más embarazosa, la despedida más triste y el fantasma de la ausencia definitiva más cercano.

No. No llevan maletas de cartón, ni hay aglomeraciones en el andén de la despedida. No se marchan en grupo, sino uno a uno. Aparentemente nada les obliga. Ha sido una cadena invisible de acontecimientos. Estuvieron allí hace unos años, o tienen una amiga que les ha informado de que puede encontrar algún trabajo con facilidad. No pagarán mucho, eso es seguro, pero podrán ganarse la vida con cierta facilidad... A fin de cuentas aquí no hay nada.

Y se marchan poco a poco, sin alboroto alguno. Un goteo incesante de savia nueva que sale sin ruido de nuestro país, desmintiendo la vieja quimera de que la historia es un caudal continuo de mejoras.
No hay estadísticas oficiales sobre ellos. Nadie sabe cuántos son ni adonde se dirigen. No se agrupan bajo el nombre oficial de emigrantes. Son, más bien, una microhistoria que se cuenta entre amigos y familiares. "Mi hija está en Berlín", "se ha marchado a Montpellier", "se fue a Dubai" son frases que escuchamos sin reparar en el significado exacto que comportan. Escapan a las estadísticas de la emigración porque suelen tener un nivel alto de estudios y no se corresponden con el perfil típico de lo que pensamos que es un emigrante. Quizá en las cuentas oficiales figuren como residentes en el extranjero, pero deberían aparecer como nuevos exiliados producto de la ceguera de nuestro país.
En los tiempos de crisis que detallan cada euro gastado nadie computa los centenares de miles de euros empleados en su formación y regalados a empresarios de más allá de nuestras fronteras con una torpeza sin límites, con una ignorancia sin parangón. Menos aún se cuantifican el esfuerzo de sus familias, las ilusiones perdidas y sus sueños rotos en mil pedazos.

No llevan maletas de cartón, pero componen un nuevo éxodo que azota especialmente a Andalucía, que dispersa a nuestros jóvenes por toda Europa y gran parte del mundo, que nos priva de su saber, de su aportación y de su compañía. Pero, aparentemente nadie se escandaliza por esta fuga de cerebros, lenta pero inexorable, que nos privará de muchos de nuestros mejores talentos. Nadie protesta por esta nueva oleada de exiliados que son una acusación silenciosa del fracaso y de engaño. Se van en silencio por el túnel de embarque en el que les alcanzará la melancolía por la pérdida temprana de su tierra.

No son, como dicen, una generación perdida para ellos mismos. No son los socorridos ni-nis que sirven para culpar a la juventud de su falta de empleo. Son una generación perdida para nuestro país y para nuestro futuro. Un tremendo error que pagaremos muy caro en forma de atraso, de empobrecimiento intelectual y técnico. Aunque todavía no lo sepamos.

Concha Caballero. 2/10/2010 EL PAÍS






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